LEE PARA EL ESTUDIO DE ESTA SEMANA: Salmo 33:6-9; Mateo 19:16-22; 1 Pedro 1:18; Hebreos 2:14, 15; Éxodo 9:14; Salmo 50:10.
PARA MEMORIZAR: “Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre” (Fil. 2:9-11 ( CB ) ).
Dios no desperdicia palabras al explicar su perspectiva sobre la obsesión excesiva con el dinero y las cosas materiales. Las palabras de Cristo al rico codicioso que, aunque el Señor lo bendecía, atesoraba y atesoraba lo que tenía, debieran despertar en todos nosotros el temor de Dios: “Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será? Así es el que hace para sí tesoro, y no es rico para con Dios” (Luc. 12:20, 21).
Servir a Dios y servir al dinero son acciones mutuamente excluyentes. Es una cosa o la otra, Dios o Mamón. Es una ilusión pensar que podemos tenerlo todo a la vez, porque llevar una doble vida, tarde o temprano, nos alcanzará.
Podemos engañar a los demás, tal vez incluso a nosotros mismos, pero no a Dios, a quien algún día tendremos que rendirle cuentas.
Debemos tomar una decisión y, cuanto más vacilemos, pongamos excusas o nos demoremos, más fuerte será la influencia que el dinero y el amor al dinero ejercerán sobre nuestra alma. La fe requiere una decisión.
Lo que debiera hacer que nuestra decisión sea mucho más fácil es centrarnos en quién es Dios, lo que él ha hecho por nosotros y lo que le debemos.